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30 junio 2005

A ver asómate, también es agua salada

Para mi amigo Pepe Dávila:
Los tramos que hemos
de vivir con el sol jugando,
serán en el cielo, acuérdate.
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Apenas brotó la noche comprendí lo recorrido, lloré quedito como queriendo no pensar en nada. Fue tan extraño que no me importó llorar por las cosas que contemplaba en el olvido. Salimos de las montañas cercanas a los mares del puerto de Veracruz, México. Al partir nos acordamos cuando obtuve mi pase por trabajo recepcional para licenciarme en ciencias de la comunicación, y cómo lo perdería por el viaje.
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Mi contlapache y amigo Pepe como otras veces, me acompañaba en la aventura. Ahí tirados con charolas de frutas frescas, las olas reventando en las escolleras, el humo como salido de una lámpara maravillosa se esparcía dejando al genio. Y nosotros vigilando y cuidándonos además de la guardia costera, de las olas rotas en las rocas y convertidas en gotas de sal capaces de apagar un cigarro al contacto.
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Algunos años adelante, doce días después a cuando salimos, estábamos en un escenario similar, ahora en los mares del océano pacifico mexicano y literalmentefrente a las inmensas colas de ballenas jorobadas, cuidando y amamantando a sus ballenatos. Miramos por un rato y a ratos su presencia, hablamos de que nunca habríamos hecho algún esfuerzo por conocer las ballenas, lo mirado a través del cine era suficiente. Lo considerábamos un regalo junto con el mar comiéndose al sol y gacelas nubes huyendo como si nada.
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Nos encontrábamos, al menos al mar en tramos por San Blas, en el estado de Nayarit, justo en una playa de esas lindas del pacífico, igual que sus mujeres, grandes todas ellas. Nuestras referencias eran lejanas a lo auténtico de estas maravillosas tierras, muy lejanas a lo aprendido en el juego del “turista nacional” usado tantas veces como pasatiempo en los años de infancia.
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En ambos lados, el mar invitaba a desbarrancar la mirada con los ojos extraviados, tratando de ubicar el lugar dónde las olas toman fuerza y se impulsan con feroz espuma, empujadas por las caricias del viento, ira de agua que revienta ya sin fuerza en nuestros pies.
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Con los ojos dejando escapar imágenes ese era un mundo, otro mundo en este planeta. Ese lugar donde todas las cosas existen, donde los espacios no pertenecen sino a la conciencia, donde no existe la pertenencia sin sentido, donde el equinoccio y de telón un cielo el mar es una línea de olas brotando de la nariz de la luna y umbilicalmente el sol alimenta, apenas cayendo la noche, en una tarde en el pacífico mexicano.
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Recorriendo kilómetros como sueños, gozábamos de la extrema juventud, de la solidaridad por encontrar el ansioso espacio de intimidad que la libertad del hombre ofrece en la conciencia, agradecidos por la vida, por sus tramos muchas veces inquietantes, tantas otras sin cruzar umbrales, detenidos, cuidando, ansiando, persiguiendo en velocidad de rayo la luz diaria en este pequeño espectro de un mundo pintado en el cielo, siempre siendo testigos.
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Bolsas de agua llevadas por el viento como diminutas esporas, nos parecen los humanos, mientras tirados en lo alto de una roca salida del mar, contemplamos el esplendor de un halo, sentimos robado algo y esperamos recuperarlo desde el fondo del mar, porque cayó del cielo para hundirse. Por eso esperamos la noche mirando incendiarse el mar con rayos de sol que cruzan grietas de suelo, el otro lado de ese charco.
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Una y otra vez el agua golpea este arrecife -sin saber cuál es la última y primera que llega- todo es danza marina de algas, se contraen e inhalan sal de agua. Interior de colores trepando roca, dormida noche en el fondo espera, mientras el mar comiéndose al sol rompe olas de blancas gaviotas, unas encimándose en otras.
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Alejandro Hernández López. Escritor y promotor cultural nacido en Xalapa, Veracruz, México, tuvo la mala suerte del viernes santo haber sido meado por un perro. Le han dicho “hasta de lo que se va a morir”, ocupa un lugar importante en las estadísticas de desempleo nacional, tiene título universitario, no malgasta los atardeceres y las preocupaciones. Hirientemente le gritaron “hasta lo que nunca iba a vivir”. Entonces apuntó que no es después de la muerte, sino la duración de la vida y su provecho, lo que debemos averiguar… barrenador@yahoo.com

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