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20 marzo 2009

Lo último que dije

Ella estaba demasiado ocupada como para escucharme. Su atención recaía en la ventana, donde figuras escurriendo empañaban el cristal y la mirada. Era agosto, un agosto torrentoso y amarillo. Minutos anormales sobrevenían a cada uno de sus gestos desnudándome sus rasgos. No podía perderme en ninguna otra parte que no fueran sus cabellos, tan quietos que entre mis dedos hubieran visto satisfecha su abundancia. Desde mi cuerpo horizontal humo físico y mental desafiaba el límite del techo y las paredes, verbos inexactos rondaron mi cabeza como leones a los que había que darles muerte. Esta verdad no se pronuncia con ternura, así como el poeta no hace grumos con las letras. “¿Quién se quedará por siempre igual?”, fue lo último que dije. Sólo alcanzó a poner una palabra larga entre sus labios. El silencio hizo lo demás. Afuera, agosto siguió siendo aguaviento. Acá adentro, el conjuro estaba dicho. Cada uno miró hacia el lado opuesto y cerró los ojos, mientras en la misma humedad se arrastraron desmedidas las dos bocas.