A Patricio le toma dos minutos bajar por el rastrillo, guardado en el congelador, para iniciar con su ritual de todos los días. Sin gérmenes, le dice María, con su risita inédita a mitad del rito de las navajas y el jabón. Él asiente hasta que deja de oír su ridícula, variable y evolutiva teoría que duró todo el tiempo mientras se miró en el espejo y que versaba sobre la hibernación en la fauna microscópica, cosa que solía divertirle.
Hoy parece que es el día. Después de verle sonreír con el rostro aún mojado, a María se le ocurrió que no sería necesario mentir y fumó para oler sus propios, lejanos días, y reforzar que su tragedia no era más poderosa que ella. Nadie lo anunció y ella fue incapaz de presentirlo. Cuántos años de quererlo apenas planear y simple surgió de momento.
Ágil y reservada dijo: Estoy adentro, Patricio, y tengo frío. Retumbó la voz en la cabeza de Patricio, quien pensó una vez más solo en los gérmenes congelados, retorcidos y malditos, mientras la despedía con un beso y la idea clara que esto no era un sueño, sino una vida de trapos amarrados a la que alguna vez llamaron paraíso.
Hoy parece que es el día. Después de verle sonreír con el rostro aún mojado, a María se le ocurrió que no sería necesario mentir y fumó para oler sus propios, lejanos días, y reforzar que su tragedia no era más poderosa que ella. Nadie lo anunció y ella fue incapaz de presentirlo. Cuántos años de quererlo apenas planear y simple surgió de momento.
Ágil y reservada dijo: Estoy adentro, Patricio, y tengo frío. Retumbó la voz en la cabeza de Patricio, quien pensó una vez más solo en los gérmenes congelados, retorcidos y malditos, mientras la despedía con un beso y la idea clara que esto no era un sueño, sino una vida de trapos amarrados a la que alguna vez llamaron paraíso.