Eso sí, prohibido a la hora del receso, por aquello de no dislocar las espaldas,
poner a prueba las habilidades de impulso, voladoras y férreas y dejar caer el cuerpo acelerado con el poder de la gravedad sobre la fila, --horizontal columna humana-- donde agazapados niños (entre más, mejor) conformaban el lomo de la burra, que soportaría a los tamales, en algo que no se sabría si es el pataleo fulminante de las ancas o el apareo primaveral con todo y carga, pero siempre termina por torcérsele algo y todos se desparraman. La denominda Burra Tamalera, que enfrenta a dos equipos y tiene estrategias desde las habilidades y complexiones físicas de los integrantes, persigue la resistencia --virtud de tan sacrificado equino-- de la común unión. Vamos, esas cosas divertidas donde el dolor, si llegaba a sentirse, sería la hazaña del día y no el castigo divino por un acto que Dios ni vio. ¡Sí éramos burros, pero no para su jalón de orejas!






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