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18 enero 2005

La hora cierta

No se pudo detener la espera. Sigue abarcando los rincones, como si tocándolos se anchará el espacio en que te aguardo. El grito se ahoga en desalojo del cuerpo cargando sus cadenas. No hay cristal ni transparencia que estorbe el paso hacia la hora en que el sol de mediodía arrojará su llama para arder conmigo. Llegará el momento donde busques entre las ruinas y me encuentres todo, aliviado de mí mismo: como ceniza o polvo bajo tus pies, enmudecido. Y arrastrado por el viento que me pierde y me enreda en tu cabello lacio, soñado en el delirio.

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