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29 noviembre 2004

En el tren de madrugada

A Karla,
para esos tiempos
en que abundan
las nostalgias.

Recorrí los callejones, bajo este azul de noviembre que se acaba, buscando tu pulsión en cada esquina; caminé como la desgracia del mendigo, que apaciguado de aguardiente, arrastra su cobija horadada y su destino. Apresuré mis pasos en las largas avenidas, mientras escondía mi aliento agitado. Subí escalones dignos de montañas y me senté en el filo a observar la lejanía de una ciudad abandonada. Apenas unas luces parpadeban, ajenas a mi figura escasa, cansada y pensativa.

El tren de las tres de la madrugada llegaría, puntual con su alma endemoniada, y ese temblor de cerros a sus lados, vertiginoso sonido el de sus ruedas, que apedrea al ladrido de los perros.

Concedí mis miedos al vacío, allí también van a parar algunos sueños. Y surgí al camino de la urgencia que se delataba con un grito.

Te encontré desmayada en el andén y puse tus manos sobre mi calma. Llegaste en ese tren que no recoge gente para llevársela, sólo la deja aquí, impregnada de nostalgias. Me dijiste que soñabas con un laberinto de flores y murmullos de agua, con un cielo tenue encumbrando madrugadas y una voz distinta dibujándote aves en la espalda. Lo que no sabías, era que estabas en mi alma.


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