Los cuerpos inmediatos se abandonan al abrazo envolvente, cegador que da la tierra. Hemos venido cumpliéndole su pasto con nuestra carne putrefacta. No hay error sino sigilo. Hablar de encierro no es permitido. Nos guarda la muerte en su honor, en su espacio favorito, en la herrumbre de su voz un motón de palabras compulsivas.
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