Fui verdugo con el rostro descubierto. Y lloré sobre la mano asesina. Sangre y lágrimas eran ya las mismas, reconociéndose el color entre las piedras. Pasó el estruendo. Quien pidió castigo ajeno, ya no pudo ver rodar su propia cabeza. De no haberlo hecho, hoy también lo haría.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario