La encontró al doblar la esquina, como estorbándole el camino, con su cabello negro, lacio creciendo en desenredo. Mariana era la gota sucesiva, el labio suelto, la tirada impensable de las cartas. No quiso escuchar su ruego. La calló con el silencio. La sujetó con el filo de su lengua y le dijo adiós tras el beso que mordiendo confundió con la tristeza.
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