La tortuga enfríaba la superficie arenosa
con su paso lento, milenario.
Había que llegar al mar
con su don de inmensidad
para saber que amar
no era cuestión nada más del viento.
A lo lejos, apresurado y torpe
un cangrejo
no pudo
caminar derecho,
se extravía en la huella
honda
que arrastra el verde cuerpo.
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