En tu boca se sujetan las tragedias. Arden los vocablos. Sueñan los ingenuos. Apuestas con ganas nunca nada. Ni tu sombra plena refrescando el muro cierto. Ni el cabello suelto redondeando las mañanas. Esos clavos que soportan la conciencia lerda, improvista, malhadada, son los clavos desde donde caen, lánguidos, tus días y sus llamas.
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