Quién sería el domador de los sonidos de los animales feroces. Quién era el que sabía de la lluvia gris ante el anochecer y esa luz amontonada en su perfil, tras el rayo y el trueno en los que hubo de creer bebiendo su desnudez, con la ceniza entre las manos y el lodo en los pies. Pactado en la oscuridad que se cernía, también habría estrellas para poseer.
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