Con una mano meter los meses, apretados, en cualquier bolsillo y sentarse a creer lo respectivo. Soñar para hurgar, después fumar. Abandonar los paraísos, sin la búsqueda específica. Alimentarse del alivio que provocaron los besos. Apagar el silencio con el interior latiendo. Llorar lo ganado, reír lo perdido y soltar las manos tras los deseos. Mirar por la ventana hacia cualquier compás que redoble el vacío. Hacer la mueca difícil y acordarse de los mosquitos y hasta de Dios.
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