Nadie me llamó a su vida.
Ni me pidieron descifrarle
en crucigramas.
No me dijeron al oído: Cuéntale…
las letras que te traman.
Ninguno alegó siquiera
con las cejas o las manos
mi postura insertada con las ganas.
Nunca sobresalió la voz,
entre sonrisas.
De ningún modo.
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