Sus pequeñas manos,
apenas deslizables,
y su tobillo terso
y desafiante de la altura.
Sus labios suavecitos
proverbiales
rojos de otoño nunca
de labiales.
Y esas nalgas
perplejas
presumidas
que tarde a tarde
fueron las ventanas
del héroe
de la máscara de fuego.
Hoy son postales
guardadas
en cajas de zapatos.
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